Señalan muchos expertos que el bolero, el
género musical, nació en la isla de Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX;
es más, habría sido “Tristezas”, de José Pepe Sánchez, el primer bolero de la
historia. También están los que, arqueológicamente, lo ligan con ritmos de la
Inglaterra de un par de siglos más atrás. Lo cierto es que la conjunción
cadenciosa de guitarras con percusiones, a lo que se agregó románticas letras
que daban cuenta de los vericuetos del amor, generó canciones que fueron muy
bien recibidas por los latinoamericanos y masificadas por discos, radios y,
posteriormente, el cine. Aparte de Cuba, el bolero se asentó fuertemente también
en países como México, de donde salieron algunos de sus más renombrados
cultores, como Agustín Lara y el famoso trío de Los Panchos. Claro, Chile no se
quedó atrás y Lucho Gatica alcanzó status de ídolo continental, con temas como “Contigo
en la distancia” o “Tú me acostumbraste”. La verdad es que al parecer no hubo
país de la América morena que no tuviera un renombrado autor, cuando no un célebre
intérprete bolerista.
Cerca de Cuba, en el pequeño y también
caribeño Puerto Rico, casi justo a mitad del siglo XX, el prolífico Benito de
Jesús (mismo creador de “La copa rota”) dio nacimiento a uno de los temas más
clásicos del repertorio del bolero, inspirado por esas típicas situaciones
conflictivas que viven los artistas con sus parejas. El propio boricua lo contó
en alguna entrevista: “Tú sabes que de los artistas a la gente le gusta estar
hablando. Cuando salía para San Juan ella me daba un beso antes de irme. Un día
la noté un poco triste, porque le habían llevado un cuento de que yo andaba con
alguien, y cuando me despedí, ella quiso repeler el beso. Eso hizo que yo me
fuera triste también. Cuando venía de camino en el carro, la primera frase que
me salió fue: ‘No puedo verte triste porque me matas...’. Una vez en casa le
dije que le iba a componer un tema y se lo comencé a cantar. Se me tiró encima
a llorar y lloramos los dos”. Y así fue como nació “Nuestro juramento”, bolero
que fue grabado prontamente por varios artistas, hasta que llegó a manos (u oídos)
de un joven cantante ecuatoriano.
A la izquierda, Benito de Jesús; a la derecha, Julio Jaramillo
En Guayaquil, en 1935, vino al mundo Julio
Jaramillo, quien daría un color especial al bolero de Benito de Jesús, al punto
que uno de los apodos que recibió Jaramillo fue el de “Míster Juramento”. En la
versión del ecuatoriano, versos como “Me duele tanto el llanto que tú derramas” se asumen de verdad muy
dolorosos, pero con una extraña (o exquisita) dulzura que le imprime su
melodiosa voz, que parece conversar con las cuerdas del requinto que pulsa su
socio Rosalino Quintero. Fue tal el éxito continental que tuvo el oriundo del
Guayas que muchos pensaron que esta canción era ecuatoriana. Bueno, a estas
alturas del partido y como suele ocurrir con las obras clásicas, ya “Nuestro
juramento” forma parte del repertorio clásico latinoamericano, el que en muchos
pasajes de su historia está escrito “con tinta sangre del corazón”.
Nuestro
juramento
No puedo verte triste
porque me mata
tu carita de pena
mi dulce amor.
Me duele tanto el llanto
que tú derramas
que se llena de angustia
mi corazón.
Yo sufro lo indecible
si tú entristeces,
no quiero que la duda
te haga llorar.
Hemos jurado amarnos
hasta la muerte
y, si los muertos aman,
después de muertos amarnos más.
Si yo muero primero,
es tu promesa
sobre de mi cadáver
dejar caer
todo el llanto
que brote de tu tristeza
y que todos se enteren
de tu querer.
Si tu mueres primero
yo te prometo:
escribiré la historia
de nuestro amor
con toda el alma
llena de sentimiento;
la escribiré con sangre,
con tinta sangre del corazón.
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