jueves, 25 de mayo de 2017

Las cartas amarillas de Carmen Arriagada a Rugendas

“Tú, por quien yo vivo”

“Una carta de amor, en que oigas el grito que de lo íntimo del corazón de tu Carmen te dice que te ama, que te idolatra, que tú únicamente posees todos sus afectos…”.

Carmen Arriagada García nació en 1807, en Chillán. Es decir, en el tramo final del período colonial. Su padre fue un acaudalado político y militar, partidario de la causa criolla y del liberalismo, que conoció y fue amigo de algunos de los más importantes próceres de la emancipación, partiendo por el propio Bernardo O’Higgins. Por lo mismo, Carmen tuvo buena educación y se vinculó con la incipiente intelectualidad que dio forma a la novel república.

El carácter liberal de la familia Arriagada García motivó que el papá no se opusiera al temprano casamiento de la hija, cuando recién tenía 17 años (1825), con un oficial de origen alemán: Eduardo Gutike. Muertos los padres, y desafectado el esposo del ejército chileno por haber militado en el bando pipiolo, vencido por los conservadores en Lircay (1830), el matrimonio Gutike-Arriagada se va a vivir al sur, a Linares primero y, después, a Talca.

Imagen de la izquierda, el lugar de Talca donde falleció Arriagada. 
Imagen de la derecha, retrato de Carmen Arriagada por Rugendas 

En 1835 arribó a Chile, procedente de México, el pintor alemán Juan Mauricio Rugendas. Rápidamente se codeó con la elite y el escaso ambiente cultural local, tanto de Santiago como de provincia. Por lo mismo, de viaje al sur para retratar las costumbres del pueblo mapuche, recibió una invitación de Gutike para que visitara su casa en Linares. Ahí empezó todo, de inmediato.

No fue un mero hecho de atracción física. El flechazo de Carmen con el artista, hasta donde sabemos, tuvo que ver también con sus vuelos intelectuales, pues Rugendas la surtía de conversaciones y literatura novedosa e interesante. Fueron unas cuantas las veces que el retratista visitó al matrimonio en la casa de Talca, hasta que volvió definitivamente a Alemania en 1845.

En el intertanto de las visitas talquinas, y hasta 1851, Rugendas y Arriagada mantuvieron contacto epistolar, sobre todo ella, en que dieron cuenta del amor trasgresor entre ambos. Pero también las cartas de “la esposa infiel” permiten escudriñar en las características de la sociedad chilena de la primera mitad del siglo XIX, desde la perspectiva de una mujer de avanzada para la época, lectora empedernida (y en varios idiomas), gustosa de la conversación, impulsora de los periódicos y partidaria del igualitario Francisco Bilbao. Quizás por lo mismo, no es extraño que haya plasmado en letras algo más bien propio de una mujer de nuestros tiempos: “Daba mil gracias a Dios de mi infecundidad”.
 Autorretrato de Mauricio Rugendas (1827)

Las epístolas de Arriagada la ubican dentro del selecto, pequeño y primer grupo de mujeres escritoras nacionales. Más aún: como señala Leonidas Morales, dichas cartas no son solo una declaración al amor ausente, pues “En Carmen Arriagada el objeto ausente del deseo (un imaginario construido con materiales que provienen sobre todo de lecturas, que fueron vastas) es un orden social, político y cultural moderno, donde las rutinas de la vida cotidiana estén sometidas a las pautas de la superioridad ética y no a las del interés mezquino; a las de la inteligencia, la sensibilidad, los valores estéticos, conciliadas estas pautas con la libertad, y donde la mujer no sea una voz borrosa y de trasfondo, más cerca del decorado que del protagonismo, sino un interlocutor con plenos derechos dentro de un diálogo social, político y cultural, público y privado”.

Y ahí están las cartas. Testimonio de una época, de una sociedad, de una mujer que subvierte lo establecido, de una talquina plena de los ideales del romanticismo decimonónico… Una mujer que no esconde sus sentimientos al pintor Rugendas, su amor terrenal verdadero, al que señala que “… en medio de los tormentos de un amor incompleto, me consuela la idea de que al menos lo que gozamos de él no nos deja en vergüenza ni remordimiento y que, así como te amo, puedo amarte hasta el último instante de mi vida”.

El pintor alemán murió, recién casado en su Alemania natal, en mayo de 1858, mismo año en que falleció el esposo de Carmen Arriagada, la escritora que se quedó así con su viudez y su amor platónico difuminado en esquelas que han sido rescatadas y publicadas hace pocos años.

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No conozco físicamente las cartas de Arriagada que, seguramente, deben tener la pátina amarilla del tiempo… Sin embargo, y como aquí escribo de cosas relacionadas a la música, confieso que la historia de la talquina y el pintor Rugendas me trajo a la memoria esas otras cartas de amor a las que hizo referencia la potente y bella voz del español Nino Bravo.


Cartas amarillas
Autor: Juan Carlos Calderón
Canta: Nino Bravo

Soñé que volvía a amanecer
soñé con otoños ya lejanos
mi luz se ha apagado
mi noche ha llegado
busqué tu mirada y no la hallé.

La lluvia ha dejado de caer
sentado en la playa del olvido
formé con la arena
tu imagen serena
tu pelo con algas dibujé.
 
Y busqué entre tus cartas amarillas
mil te quiero, mil caricias
y una flor que entre dos hojas se durmió
y mis brazos vacíos se cerraban
aferrándose a la nada
intentando detener mi juventud.

Al fin hoy he vuelto a la verdad
mis manos vacías te han buscado
la hiedra ha crecido
el sol se ha dormido
te llamo y no escuchas ya mi voz.

Y busqué entre tus cartas amarillas
mil te quiero, mil caricias
y una flor que entre dos hojas se durmió
y mis brazos vacíos se cerraban
aferrándose a la nada
intentando detener mi juventud

1 comentario:

  1. La descripción perfecta del amor verdadero, aquel que no necesita urgentemente de lo carnal, aunque a veces y sí. Y entonces, buena es la imaginación alimentada por todo lo que piensas, sientes y miras y que terminarás plasmándolos en las páginas de un cuaderno, hojas sueltas, que en el paso del tiempo.... se transformarán en cartas amarillas. Bello, bello, bello, oiga usté que tiene buena pluma!!!

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