“Tú, por quien yo vivo”
“Una
carta de amor, en que oigas el grito que de lo íntimo del corazón de tu Carmen
te dice que te ama, que te idolatra, que tú únicamente posees todos sus
afectos…”.
Carmen Arriagada García nació en 1807, en
Chillán. Es decir, en el tramo final del período colonial. Su padre fue un
acaudalado político y militar, partidario de la causa criolla y del liberalismo,
que conoció y fue amigo de algunos de los más importantes próceres de la
emancipación, partiendo por el propio Bernardo O’Higgins. Por lo mismo, Carmen
tuvo buena educación y se vinculó con la incipiente intelectualidad que dio
forma a la novel república.
El carácter liberal de la familia Arriagada
García motivó que el papá no se opusiera al temprano casamiento de la hija,
cuando recién tenía 17 años (1825), con un oficial de origen alemán: Eduardo
Gutike. Muertos los padres, y desafectado el esposo del ejército chileno por
haber militado en el bando pipiolo, vencido por los conservadores en Lircay
(1830), el matrimonio Gutike-Arriagada se va a vivir al sur, a Linares primero
y, después, a Talca.
Imagen de la izquierda, el lugar de Talca donde falleció Arriagada.
Imagen de la derecha, retrato de Carmen Arriagada por Rugendas
En 1835 arribó a Chile, procedente de México,
el pintor alemán Juan Mauricio Rugendas. Rápidamente se codeó con la elite y el
escaso ambiente cultural local, tanto de Santiago como de provincia. Por lo
mismo, de viaje al sur para retratar las costumbres del pueblo mapuche, recibió
una invitación de Gutike para que visitara su casa en Linares. Ahí empezó todo,
de inmediato.
No fue un mero hecho de atracción física. El
flechazo de Carmen con el artista, hasta donde sabemos, tuvo que ver también
con sus vuelos intelectuales, pues Rugendas la surtía de conversaciones y
literatura novedosa e interesante. Fueron unas cuantas las veces que el
retratista visitó al matrimonio en la casa de Talca, hasta que volvió definitivamente
a Alemania en 1845.
En el intertanto de las visitas talquinas, y
hasta 1851, Rugendas y Arriagada mantuvieron contacto epistolar, sobre todo
ella, en que dieron cuenta del amor trasgresor entre ambos. Pero también las
cartas de “la esposa infiel” permiten escudriñar en las características de la
sociedad chilena de la primera mitad del siglo XIX, desde la perspectiva de una
mujer de avanzada para la época, lectora empedernida (y en varios idiomas),
gustosa de la conversación, impulsora de los periódicos y partidaria del
igualitario Francisco Bilbao. Quizás por lo mismo, no es extraño que haya
plasmado en letras algo más bien propio de una mujer de nuestros tiempos: “Daba
mil gracias a Dios de mi infecundidad”.
Las epístolas de Arriagada la ubican dentro
del selecto, pequeño y primer grupo de mujeres escritoras nacionales. Más aún:
como señala Leonidas Morales, dichas cartas no son solo una declaración al amor
ausente, pues “En Carmen Arriagada el objeto ausente del deseo (un imaginario
construido con materiales que provienen sobre todo de lecturas, que fueron
vastas) es un orden social, político y cultural moderno, donde las rutinas de
la vida cotidiana estén sometidas a las pautas de la superioridad ética y no a
las del interés mezquino; a las de la inteligencia, la sensibilidad, los
valores estéticos, conciliadas estas pautas con la libertad, y donde la mujer
no sea una voz borrosa y de trasfondo, más cerca del decorado que del
protagonismo, sino un interlocutor con plenos derechos dentro de un diálogo
social, político y cultural, público y privado”.
Y ahí están las cartas. Testimonio de una
época, de una sociedad, de una mujer que subvierte lo establecido, de una
talquina plena de los ideales del romanticismo decimonónico… Una mujer que no
esconde sus sentimientos al pintor Rugendas, su amor terrenal verdadero, al que
señala que “… en medio de los tormentos de un amor incompleto, me consuela la
idea de que al menos lo que gozamos de él no nos deja en vergüenza ni
remordimiento y que, así como te amo, puedo amarte hasta el último instante de
mi vida”.
El pintor alemán murió, recién casado en su
Alemania natal, en mayo de 1858, mismo año en que falleció el esposo de Carmen
Arriagada, la escritora que se quedó así con su viudez y su amor platónico
difuminado en esquelas que han sido rescatadas y publicadas hace pocos años.
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No conozco físicamente las cartas de Arriagada
que, seguramente, deben tener la pátina amarilla del tiempo… Sin embargo, y
como aquí escribo de cosas relacionadas a la música, confieso que la historia de la talquina y el pintor Rugendas me trajo a la memoria esas otras cartas de amor a las que hizo
referencia la potente y bella voz del español Nino Bravo.
Cartas amarillas
Autor: Juan Carlos Calderón
Canta: Nino Bravo
Soñé que volvía a amanecer
soñé con otoños ya lejanos
mi luz se ha apagado
mi noche ha llegado
busqué tu mirada y no la hallé.
La lluvia ha dejado de caer
sentado en la playa del olvido
formé con la arena
tu imagen serena
tu pelo con algas dibujé.
Y busqué entre tus cartas amarillas
mil te quiero, mil caricias
y una flor que entre dos hojas se durmió
y mis brazos vacíos se cerraban
aferrándose a la nada
intentando detener mi juventud.
Al fin hoy he vuelto a la verdad
mis manos vacías te han buscado
la hiedra ha crecido
el sol se ha dormido
te llamo y no escuchas ya mi voz.
Y busqué entre tus cartas amarillas
mil te quiero, mil caricias
y una flor que entre dos hojas se durmió
y mis brazos vacíos se cerraban
aferrándose a la nada
intentando detener mi juventud
La descripción perfecta del amor verdadero, aquel que no necesita urgentemente de lo carnal, aunque a veces y sí. Y entonces, buena es la imaginación alimentada por todo lo que piensas, sientes y miras y que terminarás plasmándolos en las páginas de un cuaderno, hojas sueltas, que en el paso del tiempo.... se transformarán en cartas amarillas. Bello, bello, bello, oiga usté que tiene buena pluma!!!
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